A menudo se considera a San Pedro como uno de los primeros líderes de la Iglesia católica. Los eruditos sugieren que fue crucificado en Roma, en el mismo lugar sobre el que se construyó la Basílica. Para conmemorar a San Pedro, el emperador Constantino I decidió construir una iglesia en el Vaticano y rendir homenaje a su sacrificio. La tumba del Apóstol descansa bajo la iglesia, con un altar construido precisamente sobre ella.